La Clínica Dental Sacchi, todo un viaje familiar

Cuando traspasas el umbral de la puerta de la Clínica Sacchi, percibes el olor de los recuerdos. Es casi un perfume natural que huele a amor y respeto a una profesión por la que ha pasado toda una vida. No hay quien no tenga guardada en su retina la imagen de Roberto Sacchi, cariñosamente conocido como ‘Tito’, en esta clínica que siempre fue el reflejo de un sueño y una pasión tras cruzar el Atlántico.

Hablar de la Clínica Sacchi está intrínsecamente ligado a su nombre. Roberto Sacchi era argentino, de Buenos Aires. Con una maleta de sueños y como si fuera un acto de fe, Tito demostró que cada paso, por pequeño que parezca, cuenta. Por aquel entonces, no existían muchos profesionales de la odontología -él fue el quinto dentista de Motril-, y supo, también, sentirse privilegiado, sabiendo que es un lujo vivir sin tener el entusiasmo apagado.

Extasiada ante esa belleza del mundo, que es la sonrisa, su hija Irina absorbió la pasión como si fuera un legado natural. Los veranos ayudando en la clínica, las familias enteras que depositaron su confianza, la vida de su propio padre, el amor por la odontología… Todo lo que, en esencia, parece pequeño, constata lo que se hizo inmenso en esta clínica familiar que nunca ha dejado de serlo.

Cuenta Irina, entre esa amalgama de recuerdos bonitos, que trabajó codo con codo con su padre hasta el último día de su vida. «Él nunca se jubiló, pasó en la clínica la mayor parte de su tiempo pese a su enfermedad», y esa afirmación parece que resume todo lo importante. Lo poco que sabemos de la vida puede resumirse en los destellos de los ojos de Irina cuando habla de su padre. En ese misterio de las cosas de uno, en esa manera de sonreír inabarcable, está el destello y el reflejo de su maestro.

Ahora, bajo su dirección, la Clínica Dental Sacchi sigue siendo un testimonio viviente del amor y el esfuerzo. De quien logra, a base de cariño y profesionalidad, que cada visita a esta clínica se sienta como una visita a casa. Sus pacientes, muchos de los cuales han visto crecer a Irina, confían en ella no solo por sus habilidades profesionales -de sobra conocidas-, sino porque saben que, al igual que su padre, ella cuida a corazón abierto.

Hoy, sirvan estas líneas desde Grancity para homenajear a esta clínica motrileña, que tantas veces supo dibujarnos la sonrisa. Y a una mujer igual de valiente, «que sigue ilusionándose como el primer día y aprendiendo como si fuera la primera vez», amando ferozmente una profesión en constante avance.